Por la mañana siembra tu semilla, y
a la tarde no dejes reposar tu mano; porque no sabes cuál es lo mejor, si esto
o aquello, o si lo uno y lo otro es igualmente bueno. Eclesiastés 11:6
En una congregación al sur
de Londres, un domingo, al final del culto, un cristiano se levantó y preguntó
si podía contar su conversión: «Yo vivía en Sídney, Australia. Hace algunos
meses, mientras visitaba a unos primos, caminaba por la calle George cuando de
repente un hombre de pequeña estatura con cabello blanco salió de una tienda y
me dio un tratado, diciéndome: ‘Perdone, señor, ¿es usted salvo? Si muere esta
tarde, ¿irá al cielo?’.
Esta pregunta me inquietó, y gracias a la ayuda de un amigo creyente, conocí a Cristo». Durante los meses siguientes un creyente de aquella congregación londinense tuvo la oportunidad de ir a varios lugares del mundo. Para su mayor sorpresa escuchó testimonios de personas muy diferentes que fueron llevadas a Cristo en el mismo lugar: en Sídney; y del mismo modo: un hombre de pequeña estatura y cabello blanco que siempre decía lo mismo: «Perdone, señor, ¿es usted salvo? Si muere esta tarde, ¿irá al cielo?». Algunos habían tenido este encuentro recientemente, y otros hacía varios años. Después de esto ese creyente se fue a Sídney. Preguntó a un creyente de la iglesia local si conocía a un hombre mayor con cabello blanco que distribuía tratados en la calle George. El hombre respondió: «Sí, lo conozco; es el señor Jenner, pero ahora es muy anciano y ya no puede hacerlo».
Los dos hombres llamaron a la puerta de un pequeño apartamento. Un hombre frágil les abrió. El visitante londinense le contó los testimonios de conversiones que había oído a lo largo de sus viajes. El anciano se echó a llorar y les contó su historia: «Trabajaba en un barco de guerra australiano y llevaba una vida depravada. En un momento de crisis me sumergí en la miseria; uno de mis compañeros, a quien le había hecho la vida imposible, me ayudó. Me llevó a Jesús y mi vida cambió totalmente de un día a otro. Estaba tan agradecido a Dios que le prometí hablar de Jesús mediante un sencillo testimonio al menos a diez personas por día. Dios me dio la fuerza para hacerlo durante más de cuarenta años. Cuando me jubilé, pensé que el mejor lugar para presentar el Evangelio era la calle George, por donde pasaban cientos de personas cada día. Muchos rechazaron mis tratados, pero otros los aceptaron amablemente. Y ¿sabe?, después de haber pasado cuarenta años hablando del amor de Jesús, no he sabido, hasta hoy, si alguien había conocido a Jesús por este medio».
Esta pregunta me inquietó, y gracias a la ayuda de un amigo creyente, conocí a Cristo». Durante los meses siguientes un creyente de aquella congregación londinense tuvo la oportunidad de ir a varios lugares del mundo. Para su mayor sorpresa escuchó testimonios de personas muy diferentes que fueron llevadas a Cristo en el mismo lugar: en Sídney; y del mismo modo: un hombre de pequeña estatura y cabello blanco que siempre decía lo mismo: «Perdone, señor, ¿es usted salvo? Si muere esta tarde, ¿irá al cielo?». Algunos habían tenido este encuentro recientemente, y otros hacía varios años. Después de esto ese creyente se fue a Sídney. Preguntó a un creyente de la iglesia local si conocía a un hombre mayor con cabello blanco que distribuía tratados en la calle George. El hombre respondió: «Sí, lo conozco; es el señor Jenner, pero ahora es muy anciano y ya no puede hacerlo».
Los dos hombres llamaron a la puerta de un pequeño apartamento. Un hombre frágil les abrió. El visitante londinense le contó los testimonios de conversiones que había oído a lo largo de sus viajes. El anciano se echó a llorar y les contó su historia: «Trabajaba en un barco de guerra australiano y llevaba una vida depravada. En un momento de crisis me sumergí en la miseria; uno de mis compañeros, a quien le había hecho la vida imposible, me ayudó. Me llevó a Jesús y mi vida cambió totalmente de un día a otro. Estaba tan agradecido a Dios que le prometí hablar de Jesús mediante un sencillo testimonio al menos a diez personas por día. Dios me dio la fuerza para hacerlo durante más de cuarenta años. Cuando me jubilé, pensé que el mejor lugar para presentar el Evangelio era la calle George, por donde pasaban cientos de personas cada día. Muchos rechazaron mis tratados, pero otros los aceptaron amablemente. Y ¿sabe?, después de haber pasado cuarenta años hablando del amor de Jesús, no he sabido, hasta hoy, si alguien había conocido a Jesús por este medio».
Cristianos, este testimonio debería animarnos a hablar en nuestro entorno de la gran salvación que Dios ofrece a todo hombre mediante Jesucristo. Dios vela sobre su Palabra, y quiere que la difundamos sin escatimar nuestros esfuerzos: “Echa tu pan sobre las aguas; porque después de muchos días lo hallarás” (Eclesiastés 11:1).
(Jesús les dijo:) Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura. Marcos 16:15
No estamos haciendo bien. Hoy es día de buena nueva, y nosotros callamos.
2 Reyes 7:9
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