(Jesús dijo:) El que me rechaza, y no recibe mis palabras, tiene quien le juzgue; la palabra que he hablado, ella le juzgará en el día postrero.
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Un visitante llamó a la puerta. Venía hacia mí, pero yo sólo veía su silueta:
–¿Me reconoce?, preguntó.–No, pero conozco su voz.
–Me enteré de que ya no puede leer y he venido para leerle algo.
–Es usted muy amable.
–¿Qué quiere que le lea, el periódico o esta novela que le traigo?
–La Biblia es el único libro que me interesa. Es el libro de Dios. Mediante ella aprendí a conocerme, a conocer todos mis defectos. Pero sobre todo me gusta leerla para hallar en sus páginas la persona de Jesús, quien me salvó y me acompaña cada día.
–No, no quiero leer la Biblia, contestó el joven visitante.
Como él, hay mucha gente que no quiere saber nada de Dios. Quizá muestran mucho interés en ayudar a los demás, pero cuando se trata de Dios, rehúsan escuchar su voz y prefieren seguir su vida sin él. No obstante, de todos modos llegará el día en que tendrán que escuchar esa voz, pero lo que oirán entonces será una palabra de juicio.
“Dios, habiendo pasado por alto los tiempos de esta ignorancia, ahora manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan; por cuanto ha establecido un día en el cual juzgará al mundo con justicia” (Hechos 17:30-31).
No demos la espalda “al que amonesta desde los cielos” (Hebreos 12:25).
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