Sabemos que a los que aman a Dios,
todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito
son llamados. Romanos 8:28
Desde la mañana, María
había tratado de hacer un rompecabezas. Después de tres horas de mucha
paciencia, estaba orgullosa de mostrar a sus padres el hermoso cuadro que
acababa de construir.
La imagen de todas las piezas repartidas sobre la mesa me recuerda el
desarrollo de una vida humana. Nuestra vida está compuesta de pequeños
elementos, agradables o no, que se suceden y cuyo sentido no siempre
comprendemos. ¿Por qué esta prueba, por qué este sufrimiento? Y de repente hoy
parece que todo me sonríe; el cielo está sereno. Algunos dicen: «Creo en la
suerte que por fin me llega, después de tantas desgracias…».
El incrédulo razona así, pero el creyente no cree en el azar, pues sabe que
está en las manos de Dios. Por supuesto que es responsable ante Dios de cada
una de sus acciones, y trata de honrar al Señor en su vida. Pero se encomienda
a su voluntad, sabiendo que Dios dirige todo para su bien.
De este modo los fracasos, e incluso las pruebas que Dios permite, ayudan al
bien de los que le aman. A veces nos costará decir, como el apóstol Pablo, que
la voluntad de Dios es “buena… agradable y perfecta” (Romanos 12:2).
Como
sucede con un rompecabezas, será preciso esperar que todas las piezas estén
colocadas para descubrir, desde el cielo, que el resultado es admirable. Pero
desde ahora podemos decir por la fe: “Bien lo ha hecho todo” (Marcos 7:37).
“Dios es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las
tribulaciones” (Salmo 46:1).
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