Ve a la hormiga, oh perezoso, mira sus caminos, y
sé sabio; la cual no teniendo capitán, ni gobernador, ni señor, prepara
en el verano su comida, y recoge en el tiempo de la siega su
mantenimiento. Proverbios 6:6-8
Hermanos míos amados, estad firmes y constantes, creciendo en la obra del Señor siempre, sabiendo que vuestro trabajo en el Señor no es en vano. 1 Corintios 15:5
Hermanos míos amados, estad firmes y constantes, creciendo en la obra del Señor siempre, sabiendo que vuestro trabajo en el Señor no es en vano. 1 Corintios 15:5
Las
hormigas se apresuran constantemente: caminan en todas las direcciones,
transportan diversas ramitas, las dejan y van a otro lugar sin razón
aparente.
A veces se ayudan unas a otras, pero a menudo se agotan
llevando solas cargas demasiado pesadas. Sin embargo, la incesante
agitación de las hormigas tiene un objetivo: el resultado es la vida de
un hormiguero.
Algunas organizan en un montoncito lo que fue traído. Las
hormigas especializadas en el control desechan lo que no sirve. Cada
una de ellas sabe cuál es su tarea, y todas juntas muestran una
sabiduría impresionante.
Así es con la Iglesia del Señor, es decir,
el conjunto de todos los que creyeron de corazón en el amor de Dios
revelado en la persona de Jesucristo. Cada uno ora, adora y sirve a su
Maestro. Y todos juntos, sometidos los unos a los otros y al Señor, son
asociados a la construcción de un edificio espiritual llamado el templo
de Dios. Es ahí donde el Espíritu Santo habita, donde se conoce y adora a
Dios.
¿Podría un creyente desanimarse por la aparente futilidad de
su actividad? Que acepte la lección de las hormigas, “pueblo no fuerte” (Proverbios 30:25).
Y que por la fe imagine esta obra extraordinaria que
el Señor realiza empleando el servicio, visible o escondido, de cada
uno de los que confían en él. Llegará el día en que Jesucristo será
glorificado y admirado en su Iglesia (2 Tesalonicenses 1:10).
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