viernes, 23 de agosto de 2013

Fijémonos en las hormigas

Ve a la hormiga, oh perezoso, mira sus caminos, y sé sabio; la cual no teniendo capitán, ni gobernador, ni señor, prepara en el verano su comida, y recoge en el tiempo de la siega su mantenimiento. Proverbios 6:6-8
Hermanos míos amados, estad firmes y constantes, creciendo en la obra del Señor siempre, sabiendo que vuestro trabajo en el Señor no es en vano.         1 Corintios 15:5
Las hormigas se apresuran constantemente: caminan en todas las direcciones, transportan diversas ramitas, las dejan y van a otro lugar sin razón aparente. 
 
A veces se ayudan unas a otras, pero a menudo se agotan llevando solas cargas demasiado pesadas. Sin embargo, la incesante agitación de las hormigas tiene un objetivo: el resultado es la vida de un hormiguero. 
 
Algunas organizan en un montoncito lo que fue traído. Las hormigas especializadas en el control desechan lo que no sirve. Cada una de ellas sabe cuál es su tarea, y todas juntas muestran una sabiduría impresionante.

Así es con la Iglesia del Señor, es decir, el conjunto de todos los que creyeron de corazón en el amor de Dios revelado en la persona de Jesucristo. Cada uno ora, adora y sirve a su Maestro. Y todos juntos, sometidos los unos a los otros y al Señor, son asociados a la construcción de un edificio espiritual llamado el templo de Dios. Es ahí donde el Espíritu Santo habita, donde se conoce y adora a Dios.

¿Podría un creyente desanimarse por la aparente futilidad de su actividad? Que acepte la lección de las hormigas, “pueblo no fuerte” (Proverbios 30:25).
 
 Y que por la fe imagine esta obra extraordinaria que el Señor realiza empleando el servicio, visible o escondido, de cada uno de los que confían en él. Llegará el día en que Jesucristo será glorificado y admirado en su Iglesia (2 Tesalonicenses 1:10).

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