Lávame más y más de mi maldad, y límpiame de mi pecado. Porque yo reconozco mis rebeliones, y mi pecado está siempre delante de mí. Salmo 51:2-3
La voz de la conciencia
El hombre tiene una conciencia, esa pequeña voz interior que le dice si lo que hace está bien o mal. Sin duda, la apreciación humana del bien y del mal varía según las sociedades y las épocas; sin embargo cada uno tiene una referencia interior, y es muy significativo que nos sintamos tristes cuando no le hacemos caso.
La conciencia distingue entre el bien y el mal. Si actuamos mal, ella se vuelve una voz acusadora que nos lo recuerda sin cesar. ¡Ah, esa voz de una conciencia cargada que tratamos de silenciar mediante un torbellino de actividades o incluso por medio de prácticas religiosas! Pero a menudo esto es en vano, pues dicha voz es muy persistente. No nos deja tranquilos, nos da una impresión de malestar, perturba nuestro sueño… Nos da a entender que existe una justicia que nos sobrepasa y que un día tendremos que rendir cuentas de nuestra conducta. En su bondad Dios ha dado al hombre pecador esta advertencia interior.
Es preciso escuchar esa voz de la conciencia y no acallarla, porque a fuerza de ser despreciada e ignorada, pierde su sensibilidad y se endurece. Este estado es muy peligroso, porque la conciencia es una señal de alarma que, para nuestro bien, nos lleva a juzgarnos, y mediante ella Dios invita al hombre a arrepentirse. ¿Qué hay después de la muerte? ¿Cómo comparecer ante el tribunal divino? ¿Cómo ha sido mi vida?
Así, la conciencia nos prepara para aceptar la buena nueva de salvación por medio de Jesucristo.
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