Tiene más de ciento cincuenta años, pero ha conservado todo el esplendor que tenía cuando fue fabricado. No tiene ni una imperfección ni un arañazo. Está igual que el día en que salió de las hábiles manos de un joven carpintero sin dinero. Como no tenía nada para ofrecer a la que se convertiría en su esposa, en secreto fabricó para ella esta obra de arte.
¡Lo hizo con todo el corazón! Ese mueble sería primero para ella, y luego para los dos, el recuerdo de su amor. Después pasó de generación en generación llevando el mismo mensaje: “… Que os améis unos a otros; como yo os he amado…” (Juan 13:34).
¡Lo hizo con todo el corazón! Ese mueble sería primero para ella, y luego para los dos, el recuerdo de su amor. Después pasó de generación en generación llevando el mismo mensaje: “… Que os améis unos a otros; como yo os he amado…” (Juan 13:34).
Cada vez que veo ese mueble escucho el mismo mensaje, el cual va más allá de una exhortación a amarse entre esposos. Esos dos fieles cristianos vivieron en medio de la sencillez de una granja de la meseta francesa. Se amaban profundamente porque conocían al Dios Salvador, y sus corazones estaban muy arraigados a él. Sabían que el amor es el primer mandamiento de la ley divina: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón” (Mateo 22:36-40).
Dios dio una prueba de su amor, el cual no puede dejar indiferente a nadie: “De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16).
Mis abuelos están con el Señor desde hace muchos años. Nos dejaron como herencia este rico testimonio: “Que os améis unos a otros”. Su fe descansaba en Aquel que dijo a sus discípulos: “… como yo os he amado, que también os améis unos a otros” (Juan 13:34).
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