domingo, 6 de julio de 2014

Resistir la tentación

No hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago. Romanos 7:19
Velad y orad, para que no entréis en tentación; el espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil. Mateo 26:41
Resistid al diablo, y huirá de vosotros. Santiago 4:7

Cuando iba para la escuela, Andrés se detuvo ante un puesto de frutas. Como no vio a nadie, ni en la tienda ni en la calle, el niño tomó una manzana y la metió en su bolsillo.
Pero el vendedor vio al pequeño ladronzuelo, lo atrapó y lo reprendió severamente: «Espero que sea la primera vez que tomas algo que no te pertenece. ¡Pero más te vale que también sea la última!». Ya adulto, Andrés aún recuerda la lección que aprendió aquel día.

También recibió el perdón de sus pecados por medio de Cristo, comprendió que además podía ser liberado del poder del pecado (Romanos 8:2) y resistir a la tentación.

Desde el huerto de Edén, la humanidad siempre estuvo tentada a hacer el mal. El apóstol Santiago describe así la espiral del mal: “Cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido. Entonces la concupiscencia, después que ha concebido, da a luz el pecado; y el pecado, siendo consumado, da a luz la muerte” (cap. 1:14-15).

No son nuestras buenas intenciones, ni siquiera una firme determinación, lo que nos hace resistir a la tentación. Pedro, el discípulo de Jesús, tenía la buena intención de permanecer fiel a su Maestro, pero no pudo velar ni siquiera una hora con él la noche antes de la crucifixión, ¡e incluso lo negó! “El espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil”, dijo el Señor (Mateo 26:41).

 Sólo por el poder del Espíritu Santo seremos guardados de sucumbir ante las trampas del tentador.

FUENTE: © Editorial La Buena Semilla, 1166 PERROY (Suiza)

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