De la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros. Colosenses 3:13
Sucedió en Omaha Beach el 6 de junio de 1944: las fuerzas aliadas desembarcaron en las playas del Norte de Francia. Los 40 soldados del pontón PA 3-37 debían recorrer 500 metros al descubierto antes de llegar a un lugar seguro. En pocos minutos, 39 de ellos cayeron ametrallados por Fritz Wunderlick.
Sólo uno sobrevivió: el americano Stargell. A partir de ese momento la vida de Fritz se convirtió en una pesadilla. 58 años más tarde, aún perseguido por ese recuerdo, vio un documental sobre el Desembarco de Normandía.
Quedó paralizado cuando vio al único sobreviviente testificar sobre la tragedia del pontón. Luego decidió ir a verlo. Cuando llegó, le dijo: «Soy Fritz Wunderlick. Tenía 17 años cuando abrí fuego contra los soldados del pontón PA 3-37, el 6 de junio de 1944. Hice este viaje para pedirle que me perdone por ese horrible acto que aún me persigue por las noches».
Los dos hombres se abrazaron y lloraron: uno debido a los remordimientos y el otro debido a la alegría que le daba perdonar. Stargell pudo perdonar, porque después de aquel día había creído en Dios, quien lo liberó del odio y le ayudó a reconstruir su vida.
Todo hombre es enemigo de Dios, por ello necesita perdón, reconciliación. Dios lo ofrece a aquel que se arrepiente de sus faltas y cree que Jesús murió en la cruz para hacer posible ese perdón: “Siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo” (Romanos 5:10).
Como el creyente conoce el perdón de Dios, está listo para perdonar a quien le hace daño. A menudo se trata de un procedimiento doloroso, pero la gracia de Dios cura el corazón y la mente.
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