"Recordemos las palabras de San Francisco de Asís: 'Que Dios me conceda serenidad para aceptar lo que no puedo cambiar, valentía para cambiar lo que sí puedo y sabiduría para ver la diferencia"
Las crisis
pueden ser nuestras aliadas aunque nos hagan sufrir, porque siempre representan
la oportunidad de tomar conciencia de la vida que llevamos y de reflexionar
acerca de los cambios que pudiéramos hacer para mejorarla.
Es importante
atrevernos a enfrentarlas en lugar de evadirlas, creyendo que se resolverán por
sí solas porque, en ese caso, lo que pasará será que se agravarán y terminarán
haciéndonos pasar un mal rato.
Los cambios no
esperados como la pérdida del trabajo o una ruptura sentimental pueden
convertirse en una tormenta que nos ponga a la deriva, y que nos lleve a
cuestionar nuestras creencias, nuestros valores y hasta la presencia de la
Divinidad en nuestra vida, al considerar injusto e inexplicable todo lo que nos
sucede.
Fácilmente
caemos en la negación, repitiéndonos en voz alta o mentalmente: "esto no
puede ser", "es imposible que me esté pasando a mí", alargando
el tiempo de crisis, de confusión y de dolor en el que nos sentimos inmersos.
Después, generalmente, entramos a pensar en todo lo que pudimos haber hecho
para evitarlo y pensamos: "si hubiese tomado otra decisión", "si
hubiese aceptado esa otra oferta"… como si de esta forma pudiéramos borrar
lo sucedido. Y mientras tanto, sufrimos sin hacer algo concreto para
resolverlo.
Los chinos
escriben la palabra crisis con dos caracteres: uno significa peligro y el otro
oportunidad. Hay personas que se fortalecen en las crisis mientras que otras se
debilitan, hasta el punto de llegar a considerar que están ante situaciones
imposibles de superar. No te decaigas, recuerda que todo pasa, y que aun cuando
tu panorama esté gris y nublado, en cualquier momento, si estás atento y te
mantienes calmado y optimista, verás salir el Sol de nuevo.
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